RENUNCIAR A LA BIOTECNOLOGÍA TIENE UN PRECIO
@jmmulet en Twitter JOSÉ MIGUEL MULET
PROFESOR DE BIOTECNOLOGÍA EN LA UNIVERSIDAD POLITÉCNICA DE VALENCIA E INVESTIGADOR DEL INSTITUTO DE BIOLOGÍA MOLECULAR Y CELULAR DE PLANTAS
El Correo
28 septiembre 2012
Debemos superar la biotecnofobia y
el miedo absurdo a los transgénicos. Nos va el futuro en ello
Un reciente estudio financiado por el BBVA apunta, entre otras
cosas, que el 69,6% de los españoles piensa que «los átomos son más pequeños que
los electrones». La cosa podría no tener mayor trascendencia que la simple
anécdota, pero la ignorancia en materia científica siempre tiene un precio. Por
ejemplo, según ese mismo sondeo, el 75,7% de los españoles piensa que «los
antibióticos destruyen los virus». Esto implica que, para un herpes, mucha gente
se automedica e incluso algunos médicos recetan antibióticos. Si esos
antibióticos se han conseguido por medio de la Seguridad Social, ya tenemos un
ejemplo de cómo estamos derrochando dinero público por ignorancia. A veces, las
consecuencias pueden ser tan graves como cargarnos un sector productivo por
completo.
El mismo estudio certifica que el 54,9% de los españoles piensa erróneamente
que las plantas convencionales no tienen ADN, pero las transgénicas sí. El
porcentaje es similar en la mayoría de países europeos. No es por tanto
casualidad que la gente vea la biotecnología como algo extraño, peligroso, y,
por eso, el consumidor europeo, a diferencia del americano o asiático, rechace
los transgénicos. Y, dado que el consumidor no los quiere, la ley ejerce un
férreo control sobre ellos. La legislación europea solo permite sembrar una
variedad de transgénico, el maíz MON810; pero, como también es obligatorio su
etiquetado como tal, se utiliza básicamente para alimentación animal, dado el
rechazo de los consumidores. España es el principal país productor y lo exporta
a otros, como Francia, que han decidido no sembrarlo. El caso del maíz MON810 en
España es una pequeña victoria dentro de una gran derrota.
No tuvo la misma suerte la compañía BASF, que invirtió 12 años y millones de
euros en conseguir la autorización de una patata transgénica diseñada para
obtener papel con menos procesos químicos, lo que supone un ahorro en los costes
de producción y reducir el impacto ambiental. Después de lograr la autorización,
el Gobierno alemán se sacó nuevas trabas de la manga. La decisión de BASF fue
cerrar toda la división de investigación en biotecnología vegetal de Europa y
llevársela a Estados Unidos, centrando su estrategia en proyectos orientados al
mercado de ese país. Es decir, la legislación restrictiva en materia de
biotecnología ha conseguido que una compañía de referencia cierre uno de sus
centros principales ¿Cuál ha sido la consecuencia? Más paro y menos
oportunidades de empleo para científicos formados y un golpe a la economía
productiva, puesto que perdemos la oportunidad de desarrollar productos útiles
para el consumidor, el agricultor y la industria europea.
Sin embargo, el caso que mejor ejemplifica el error de la política europea de
bloqueo a la biotecnología es el del algodón. La ley europea impide sembrar
transgénicos, con la excepción mencionada del maíz. En cambio, permite la
importación de los productos derivados. No se puede sembrar, pero sí importar y
vender. Los algodoneros españoles cultivan variedades convencionales de algodón
y tienen que luchar contra las plagas como el temido gusano rojo con plaguicidas
y pesticidas químicos. En cambio, en India y Australia cultivan algodón
transgénico tolerante a plagas.
La primera ventaja es que estos cultivos no hace
falta tratarlos, lo que supone un ahorro de costes de producción que el
agricultor español no tiene, sumado al impacto ambiental. El resultado final es
un producto mucho más barato. El efecto: precios sin competencia, por lo que la
mayoría del algodón que circula por Europa es transgénico importado y hemos
impedido a los agricultores competir en igualdad de condiciones.
Hace unas semanas, la revista de la Academia Nacional de Ciencia
estadounidense (‘PNAS’) publicó un documentado artículo sobre el impacto
económico que la implantación del algodón transgénico ha tenido en India. En
contra de la información divulgada por algunas fuentes, el mayor beneficio se ha
producido entre los pequeños y medianos productores, puesto que una bajada de
costes en pesticidas y en horas de trabajo repercute en un aumento del beneficio
que en porcentaje es mucho mayor para explotaciones pequeñas. De hecho, este
aumento de beneficios se ha notado en los hábitos de consumo y es uno de los
factores que explican que India sea una de las potencias económicas emergentes.
Lo más gracioso de esta historia es que la normativa de etiquetado de los
productos ecológicos solo afecta a la alimentación, por lo que las prendas de
algodón que muchas cadenas de ropa etiquetan como ‘orgánica’ o ‘ecológica’
posiblemente sea transgénica porque ninguna ley impide que lo sea. Solo hay que
fijarse en el país de producción y si explícitamente dice que no es transgénica.
Normalmente, suelen indicar que en su cultivo se han utilizado menos pesticidas,
algo que cumple el algodón Bt, resistente a insectos.
Podríamos poner muchos ejemplos, como el trigo apto para
celíacos, desarrollado por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas
(CSIC), pero que no puede llegar al mercado porque la ley prácticamente lo
impide. Posiblemente, en un futuro cercano, alguna empresa americana lo
comercialice y nos tocará importar una tecnología desarrollada con fondos
públicos cuando podríamos exportarla. Debemos superar la biotecnofobia y el
miedo absurdo a los transgénicos. Nos va el futuro en ello.